22 junio 2007

En la cola de Banesco


Tan señorial,
tan distintiva.
Vestida de blanco,
blanco de piel que gustas insinuar...

Yo miro desde atrás,
te observo ir y venir.
Inquieta esperas tu turno,
juegas con su infante,
lo retas a correr rápido,
lo regañas por saltar mucho,
pero tu rostro permanece impávido.
Siempre mantienes tu sonrisa intacta,
tu cabello ni sueña con despeinarse,
tus ajustados pantalones jamás se arrugan.
Pero el "tin" ha sonado,
tu turno es este...
En 37 segundos estas lista para irse.
Cruzas la puerta y te vas,
te pierdes en la multitud.

Jamás me miraste,
no sentí el brillo de tus ojos,
no me llenaste de tu perfume,
ni siquiera me notaste escribiendo esto..

Otró día vendra,
otra vez te miraré,
... y otra vez me inspirarás

20 junio 2007

... pero aún estoy aquí


Ella solía vivir en relativa calma, siguiendo una rutina que no la convencía mucho, pero que al fin y al cabo consideraba era lo mejor para ella y para su hija. Hacia ya 5 años desde que solo vivían ellas dos en casa. Se levantaban, ella la dejaba en el colegio y luego se iba a su trabajo. Salía, la buscaba, comían en casa, dejaba a su niña con la vecina, iba a la universidad y finalmente llegaba a casa en la noche. De lunes a viernes se repetía la misma historia sin mayores sobresaltos. Ella solía pasar sus escazos ratos libres de la noche urgando en internet buscando algo que leer y, cuando se sentía sola y de humor, navegaba por algún chat buscando complicidad en sus antojos. Los fines de semana eran distintos, estos dos días los pasaba normalmente sola, entregada a los libros y a los discos que solía poner sin saber realmente lo que estaba sonando, abstraída en su mundo. Soñaba con volver a nacer, comenzar de nuevo, amanecer un día en otro país, libro en mano y disfrutar que el viento pasara sobre ella por su propia voluntad...


Cuando las noches se cubren de nubes negras y comienza a diluviar sobre la ciudad, el siempre se para frente a la ventana, por unos minutos contempla la lluvia caer, y se dirije a la cocina, prende la estufa y la cubre con una pequeña olla cargada de agua. Al tiempo que esta hierve, busca su taza térmica de aluminio, descubre algún té de su colección (generalmente de menta, sobre todo si sentía frío), coloca un par de terrones de azucar blanca al fondo de la taza, y justo antes de llenarla hasta la mitad con el agua, le coloca una ramita de canela, que mas por el sabor, decía era porque el aroma de la menta junto a la canela era algo indescriptible, solo comparable con la sensación de recibir un beso en la frente, o de contemplar un rostro con una sonrisa de esas que hacen temblar aderezada con unos ojos trashumantes. Una vez tenía su té en la mano, tomaba la computadora y se ponía cerca de la ventana, abría siempre una página en blanco y comenzaba a escribir, a hacer e imaginar...