19 febrero 2007

No, aún no somos dinosaurios



Venía yo saliendo en un estado agotador, tanto físico como mental, lo cual es lógico cuando se tienen mas de 12 horas en la universidad (y no precisamente perdiendo el tiempo). Luego de notar con mucha extrañeza, que un miércoles a las 8:30 pm hay cola (ruda por demás) en la salida de la universidad, una mala impresión se me vino a la mente, lo cual es lógica por la continua paranoia en la que nos toca vivir a los venezolanos hoy en día. Buscando hacer la cola mas llevadera tomo la brillante idea de encender la radio, para que, como por arte de magia estén justamente en el micro informativo de la 100.7 (casi la única radio capitalina que realmente valga la pena), y peor aún, justo alcanzo a oir que nuestro presidente amenazó con nacionalizar frigoríficos, cadenas de automercados y afines. Esta noticia obviamente no hizo mas que acrecentar mi inquietud de que algo debía haber pasasdo, no había razón para esa cola tan trancada un míercoles con la noche ya entrada.

Pensando en el examen que tenía al día siguiente, mi mente estaba contrariada, sin entender mucho lo que estaba pasando, como si todo aquello no fuera mas que la vida detrás del espejo o algo similar, un agujero en el espacio-tiempo de la ciudad, o un hueco de esos en los que caemos a menudo con nuestros carros que decidió vengarse de su falta de mantenimiento y jugar a hacerle la vida aún menos llevable a los errantes carros que juegan a transitar por la ciudad.

Y todo no quedaba allí, puesto que cuando reaccioné de mi "ensimismamiento" debido a la corneta de un coche vecino, brinque a cambiar de la radio al CD, pensando que allí si podría relajarme y despejar la mente: groso error. Si antes estaba paranoico, ahora mas todavía. Al solo cambiar el equipo del carro a modo CD sonó "Los que están en la calle / pueden desaparecer en la calle / los amigos del barrio pueden desaparecer...", para luego seguir con "Nos siguen pegando abajo", y como postre, el random de mi pionner me pondría "Cerca de la Revolución". Si bien mi mente paranóica fue al extremo, solo temía que para hacerlo peor aún, cuando llegara a mi casa (si es que en realidad iba a llegar) estuvieran pasando "La noche de los lápices" en MeridianoTV. Obviamente no fue así, aunque ver el resumen del sorteo de la Copa América resultó tampoco resultó ser un espectáculo muy grato...

En fin, luego de un baño refrescante y un gustoso y caliente té de menta emanando su aleatorio humo al compas del también humeante cigarro, pude darme cuenta de que todavía no es necesario tomar aquellas canciones de Charly García como himnos, pero sin embargo si se nos hace necesario recordar aunque sea un par de aquellas estrofas que escribió Leon Gieco y que ahora canta mas de uno:

"Solo le pido a Dios
Que el dolor no me sea indiferente,
Que la reseca muerte no me encuentre
Vacío y solo sin haber hecho lo suficiente.

Solo le pido a Dios,
Que lo injusto no me sea indiferente
Si un traidor puede más que unos cuantos
Que esos cuantos no lo olviden fácilmente."

Solo fue una terrible noche, y afortunadamente el examen del jueves en mañana aparenta haber tenido un final mas alegre...







09 febrero 2007

Una cristalina copa de vino



Una fría lata de cerveza en la mano
aquella mirada perdida en la ventana
viendo un árbol que tanto a buscado
para reconfortarse al ver que no es mas... que la nada.

Observa el reloj indetenible en sus giros,
mientras otros se besan en su entorno
viendo el reflejo en el espejo quebradizo
que predice que todo esto acabará pronto.

El círculo transparente de una copa
con su rojo líquido emanando olores
reflejando en el fondo mas que un simple aroma
que hace que te rías... o que llores.

Zapada e Improvisación


Pasadas las doce, una música cálida y alegre sonaba a la distancia. Al parecer, el se sentía bien con ello, inclusive limitándose a escucharla sin hacer nada mas que disfrutar de las notas que salían del amplificador en concordancia con sabias letras que siempre trataba de asimilar. De vez en cuando echaba mano a un lápiz viejo y mordido que conservaba en un roto tazón de barro que tenia años siendo su portalápices consentido. El papel en el que escribía tampoco era del todo nuevo, pues tenia una esquina chamuscada por algo mas que el tiempo, ya que como el mismo contaba con frecuencia, era la evidencia de que esa ahora disminuida resma de papel blanco, era no solo testigo de primer orden, sino también sobreviviente de un voraz incendio que había ocurrido algo mas de 15 años atrás.

Así podía pasar horas y horas, escuchando y escribiendo alguna que otra palabra: "zapada e improvisación" como el mismo lo llamaba. Palabras muchas veces carentes de sentido, algunas otras no tanto. A veces era solo las letras que oía salir de las cornetas, letras que en muchas ocasiones ya sabia de memoria."Palabras sobre papel pentagramado", así solía llamar a las canciones. Y es que ciertamente eso son, melodías sencillas o complejas que van (casi siempre) al compás de palabras que, una detrás de la otra, también pueden variar en complejidad y en sentido musical propiamente dicho.

Por su cabeza volaban todo tipo de pensamientos, desde los clásicos adolescentes de amor (que nunca pierden vigencia) hasta los problemas existenciales que a todos dejan sin dormir mas de una noche. Pero no importaba que estuviera pensando o porque momento estuviera pasando, al parecer una especie de aura mágica siempre le entregaba la canción que el necesitaba escuchar. Es como si uno estuviera sentado en un viejo bar con una gran rocola, repleta de todo tipo de discos de todas las épocas y todos los del bar (borrachos en su mayoría) fueran llenando la rocola de monedas y peticiones cuasi-aleatorias de canciones, pero con un sentido impresionante, como si cada canción que puso cada uno de los presentes describiera con fiel exactitud un fragmento de la vida de aquel hombre del sombrero gris sentado solo en la mesa del rincón, pero con un orden cronológicamente correcto.

El ocasionalmente hablaba de ese aura mágica, pero sabía que la gente nunca comprendería que realmente era cierto, siempre había una canción para cada momento, inequívocamente -esa- canción estaría sonando cuando el (o alguien) la necesitara. Y así comenzaba a recordar como descubrió que en cada cambio importante de su vida fue descubriendo esas melodías que le hicieron mas llevadera la vida. Se mudó, creció, lo vio, se le incendió, se enamoró, se despechó, se divirtió, la conoció, lo volvió a ver, llegó su buena estrella, nuevamente lo vio y hasta perdió la apuesta de su futuro por mas de veinte puntos, pero siempre hubo una aliviadora partitura que unida a un piano de cola supieron acompañar sabiamente en sabor a veces triste a veces dulce de la vida.