Pasadas las doce, una música cálida y alegre sonaba a la distancia. Al parecer, el se sentía bien con ello, inclusive limitándose a escucharla sin hacer nada mas que disfrutar de las notas que salían del amplificador en concordancia con sabias letras que siempre trataba de asimilar. De vez en cuando echaba mano a un lápiz viejo y mordido que conservaba en un roto tazón de barro que tenia años siendo su portalápices consentido. El papel en el que escribía tampoco era del todo nuevo, pues tenia una esquina chamuscada por algo mas que el tiempo, ya que como el mismo contaba con frecuencia, era la evidencia de que esa ahora disminuida resma de papel blanco, era no solo testigo de primer orden, sino también sobreviviente de un voraz incendio que había ocurrido algo mas de 15 años atrás.
Así podía pasar horas y horas, escuchando y escribiendo alguna que otra palabra: "zapada e improvisación" como el mismo lo llamaba. Palabras muchas veces carentes de sentido, algunas otras no tanto. A veces era solo las letras que oía salir de las cornetas, letras que en muchas ocasiones ya sabia de memoria."Palabras sobre papel pentagramado", así solía llamar a las canciones. Y es que ciertamente eso son, melodías sencillas o complejas que van (casi siempre) al compás de palabras que, una detrás de la otra, también pueden variar en complejidad y en sentido musical propiamente dicho.
Por su cabeza volaban todo tipo de pensamientos, desde los clásicos adolescentes de amor (que nunca pierden vigencia) hasta los problemas existenciales que a todos dejan sin dormir mas de una noche. Pero no importaba que estuviera pensando o porque momento estuviera pasando, al parecer una especie de aura mágica siempre le entregaba la canción que el necesitaba escuchar. Es como si uno estuviera sentado en un viejo bar con una gran rocola, repleta de todo tipo de discos de todas las épocas y todos los del bar (borrachos en su mayoría) fueran llenando la rocola de monedas y peticiones cuasi-aleatorias de canciones, pero con un sentido impresionante, como si cada canción que puso cada uno de los presentes describiera con fiel exactitud un fragmento de la vida de aquel hombre del sombrero gris sentado solo en la mesa del rincón, pero con un orden cronológicamente correcto.
El ocasionalmente hablaba de ese aura mágica, pero sabía que la gente nunca comprendería que realmente era cierto, siempre había una canción para cada momento, inequívocamente -esa- canción estaría sonando cuando el (o alguien) la necesitara. Y así comenzaba a recordar como descubrió que en cada cambio importante de su vida fue descubriendo esas melodías que le hicieron mas llevadera la vida. Se mudó, creció, lo vio, se le incendió, se enamoró, se despechó, se divirtió, la conoció, lo volvió a ver, llegó su buena estrella, nuevamente lo vio y hasta perdió la apuesta de su futuro por mas de veinte puntos, pero siempre hubo una aliviadora partitura que unida a un piano de cola supieron acompañar sabiamente en sabor a veces triste a veces dulce de la vida.
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